Sara vuelve a las antiguas oficinas con su madre.
Van a aprovechar la mañana del sábado para recoger las últimas cajas y documentos que les quedaban en la oficina.
Cuando acaban, su madre vuelve a casa y Sara decide ir a tomarse su último café en aquella cafetería a la que solía ir en el descanso del trabajo.
Su sorpresa fue mayúscula cuando Belén le atendió con una gran sonrisa.
—¡Qué sorpresa otra vez! ¿Cómo has acabado trabajando aquí?
—¡Hola! Pues nada, estoy haciendo un máster y tengo que pagarme los estudios. No todos tenemos tanta suerte como tú, ja, ja. Es broma. ¿Qué haces por aquí un sábado? ¿Trabajas también hoy?
»De hecho, desde que empecé a trabajar no te he visto por aquí… ¿Ya no te gusta el café que hacemos?
—Bueno… la verdad es que no… Digo… ¡sí! El café sí me gusta, por eso he venido hoy. A lo que me refiero es que ya no tengo trabajo. La empresa de mi madre cerró hace unos meses. Hemos venido a recoger las últimas cosas y quería tomarme un café.
—Vaya… Lo siento.
—Nada, cosas que pasan. Supongo que la suerte no dura para siempre.
—¡Y la mala tampoco! Mira, siéntate allí al final, ahora me toca descanso, así que me voy a tomar un café contigo y me cuentas, ¿vale?
Sara se fue con su café solo a la mesa que le indicó Belén. Ella llegó apenas un minuto después con su café y algo de comer para los dos.
Esta vez la conversación fue bastante distinta a la anterior.
Sara no hacía más que quejarse de su mala suerte y echarle las culpas a los socios de su madre con las malas elecciones de clientes. Casi que no dejaba hablar a Belén. Necesitaba desahogarse.
—Te entiendo. Ahora sin trabajo lo ves todo negro, pero tienes que hacer todo lo posible por volver a trabajar de lo tuyo. Piensa que tienes ya 9 meses de experiencia como asesora. No partes de cero, cosas que pocos pueden decir con nuestra edad… ¡ya la quisiera yo!
—Sí, eso lo sé. De hecho, mi madre ha preguntado a varios de sus contactos por si tenían un hueco para mí. Ahí estoy esperando a ver si hay suerte.
—Pero no solo te quedes con lo que te pueda dar tu madre. Sal ahí fuera, echa currículums, aprende inglés, haz formaciones de las nuevas herramientas que están saliendo…. Ya sabes.
»Vamos, que si hace falta te dejo todos mis apuntes y te digo qué cursos hice yo. Incluso te podrías apuntar al máster conmigo. Empezamos hace dos semanas, seguro que no es problema para ti.
—Gracias, pero la verdad es que ahora mismo no lo veo necesario. Además de los contactos de mi madre tengo los míos propios. Les preguntaré a ver si tienen algo para mí. Total… al final nada de lo que me has comentado me hizo falta para trabajar en la asesoría estos meses atrás.
Todavía siguieron hablando unos minutos más sobre si tenía sentido o no seguir formándose o esperar.
Pero, como suele ocurrir en estos casos, ninguna dio su brazo a torcer.
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