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<i>Por Álex Rovira</i>
Por Álex Rovira

Capítulo V

Muchos quieren tener Buena Suerte, pero pocos deciden ir a por ella

2 meses después del último café juntos

Es miércoles y Belén asiste una semana más a las clases del máster.

Le está gustando más de lo que esperaba y eso, en alguien como ella, se nota. Es de lejos la mejor de la promoción y hasta la coordinadora se ha fijado en ella.

Este mes empiezan las prácticas y Belén está nerviosa porque la han llamado al despacho de la coordinadora. Piensa una y otra vez si habrá hecho algo mal, si quizás debería haber solicitado más tutorías…

No podía estar más equivocada.

—Tengo una buena noticia para ti, Belén.

—¡Qué bien! Cuéntame.

—Es en relación a las prácticas. Te cuento: por los informes que me han pasado los profesores y lo que yo misma he visto en clase, eres la mejor alumna del máster. Eso no se lo digas a tus compañeros, ¡que queda feo!

—Vaya… ¡Gracias!

—Espera. Que esa no es la noticia, je, je, je. El caso es que justo hace unos días me comentaba un buen amigo mío de la universidad, que vive en Nueva York, que su asesoría va a abrir una nueva oficina en Barcelona. Vendrán con un equipo completo de allí para formar durante unos meses a todo el personal nuevo, me ha pedido recomendaciones de alumnos y ahí es donde entras tú.

—¿En serio? O sea… ¡Mil gracias! ¡Me encanta la idea y te digo ya que sí! Pero… ¿Crees que daré el nivel?

—Aquí viene el tema. Obviamente todavía te queda para aprender y te falta experiencia, pero estoy segura de que en unos meses lo tendrías todo más que controlado.

»Por eso mi propuesta es la siguiente: firmar con ellos un contrato de prácticas durante 6 meses en los que aplicarás y ampliarás todo lo que sabes del máster con su equipo. Si das la talla, no me cabe duda de que ahí tienes trabajo para rato.

—Vale, vale. Acepto. ¿Dónde hay que firmar?

—¡Esa es la actitud! De hecho, creo que te adaptarás bastante rápido porque tengo entendido que te manejas muy bien con el inglés -por motivos obvios- y con las herramientas digitales, ya sabes, es una empresa moderna que usa bastantes herramientas raras como dicen algunos.

—Claro. Sin problemas. ¿Cuándo empiezo? ¿Cuáles son las condiciones? ¿Dónde es? ¡Ay! ¡Qué ilusión!

Siguieron hablando durante un buen rato sobre su futuro laboral, las condiciones y cuándo podría entrar para avisar en la cafetería de que ya no podría seguir allí.

Belén ese día se durmió con la satisfacción del trabajo bien hecho y orgullosa de sí misma.



Por otro lado, Sara no lo está pasando tan bien.

Cada vez tiene más encontronazos con su madre con la que tiene una espinita clavada.

Ella creía que abriría otra empresa por su cuenta y le ayudaría, pero decidió jubilarse y dejó de lado el mundo laboral. Ahora por fin puede dedicarse a vivir la vida y no estar todo el día trabajando.

Algo que Sara no lleva nada bien.

—¡Uff! ¿Ese tal Joaquín al que me recomendaste quién se cree que es?

—¿Por qué lo dices? Si siempre ha sido un amor con nosotros. Él fue quien nos ayudó en los buenos y malos momentos de la empresa. Un respeto.

—Pues será contigo. A mí me ha dicho que todavía estoy muy verde para entrar en su asesoría. Que vuelva a contactar cuando tenga más experiencia y sepa más. ¡Si he trabajado ya 9 meses y lo llevaba todo bien!

—Bueno, esa tu op…

—Pero es que no solo él. Esos falsos que me decían “para lo que sea, aquí estoy”, todos me dan largas: que si la experiencia, que si no hay hueco, que si el inglés… Cuando estábamos en la asesoría todos muy amiguitos, ahora pasan del tema.

—Bienvenido al mundo real, hija.

—¿Cómo que al mundo real? Que yo ya empecé a trabajar, me he hartado de estudiar y no soy ninguna niña chica.

—Pues ya sabes, sal ahí fuera, echa currículums, estudia más y si no te gusta lo que hay te montas tu propia empresa. Por más que te quejes el mundo no va a cambiar a tu gusto.

—¡Sí, claro! Justo lo que hizo Belén y ahí está, en la cafetería de enfrente de la oficina sirviendo cafés para pagarse un máster después de no sé cuántos meses buscando trabajo.

—¿Y qué pasa? Pues al menos ella lo intenta y no se queda esperando a que algún “contacto” le solucione la papeleta.

—¿Y qué quieres que haga?

—Ya te lo he dicho: deja de quejarte y sé responsable. Haz lo que tengas que hacer para conseguir el trabajo que quieras en vez de quedarte en el sofá esperando a tus “contactos”, que, de hecho, son los míos.

Sara y su madre siguieron discutiendo sobre lo injusta que es la vida para algunos y se echaron en cara varias cosas.

Al final, acabaron pidiéndose perdón mutuamente. Sara por su actitud y su madre por no haberle dedicado el tiempo necesario a su educación por pasarse el día trabajando.

Ese día Sara no pegó ojo. Es más, podría decirse que ese día Sara abrió los ojos y empezó a ver de manera distinta todo lo que había hecho Belén.

Dejando de lado cuál es la actitud correcta… ¿Con cuál te identificas más?

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